Una brutal distopía que transcurre en un México no muy alejado del presente. (Mostra Venecia)
Venecia - 10 SEP 2020
El mexicano Michel Franco, nos presenta un conflicto social de dimensiones mayúsculas y en la vida real esto se encuentra a la vuelta de la esquina. Lo deja claro en su última película, Nuevo orden, que ha causado estupor hoy jueves en la Mostra de Venecia, donde compite por el León de Oro que se anunciará este sábado. “No es un presagio, pero sí una advertencia. Quiero suscitar una conversación que contribuya a que las cosas cambien. Mi filme nos invita a pensar qué estamos haciendo mal”, aseguraba hoy el director, sentado con una taza de té en un hotel del Lido veneciano.
Nuevo orden, única película en español del concurso, es una brutal distopía que transcurre en un México no muy alejado del presente, donde una sublevación de la población indígena instaura un régimen militar que somete a la élite blanca. El nuevo poder asesina a cientos de personas y secuestra a otras tantas, encerrándolas en campos de concentración hasta que sus familias paguen rescates millonarios. Los que tengan menos suerte serán ejecutados. Las calles se llenan de controles y se decreta un toque de queda que limita la libre circulación. El resultado intimida por su crudeza. “Yo creo que se queda corta respecto a la violencia que hubiera podido mostrar, pero no me gusta torturar al público. Para mí, el límite está en no caer en el regodeo”, se defiende Franco, que se inspiró en movimientos como Black Lives Matter o los chalecos amarillos en Francia, además de las protestas urbanas en Chile, Colombia o Hong Kong.
La película genera perplejidad por las intenciones del director, que nunca quedan claras, y por la imprecisa lectura ideológica de lo que muestra. “No quería dar mensajes ni educar, porque el cine no sirve para eso. Mis convicciones políticas no son importantes. La ambigüedad de la película es deliberada. La quise mantener abierta, aunque no fuera fácil, para que el público de distintos países pueda proyectarse en lo que cuento”, asegura Franco, que quiso que todo fuera tan indefinido como la pintura abstracta con la que empieza su filme, obra del artista mexicano Omar Rodríguez-Graham. Su título es más ilustrativo: Solo los muertos han visto el final de la guerra.
El grupo paramilitar de la película puede remitir a los zapatistas, las FARC o el resto de movimientos de la historia de la lucha política en Latinoamérica, pero también a los hechos de 2014 en Iguala (Guerrero), donde la violencia policial desembocó en la desaparición de 43 estudiantes, o bien a otros episodios violentos mitificados por la historia oficial. “Cuando te enseñan la Revolución Francesa en la escuela, te dicen que fue positiva, pero nunca te hablan de las personas a las que mataron o saquearon”, protesta Franco. Su película parece insinuar que la violencia nunca está justificada. “No creo que lo esté. Pero cuidado con no asfixiar demasiado y con no tirar la cuerda hasta que se rompa. Si la situación explota, perdemos todos. Algunos parece que pidan la violencia a gritos”, matiza.
- Nuevo orden retrata a una adinerada familia mexicana que vivirá en primera fila ese estallido de violencia. De su galería de personajes odiosos, Franco solo salva a tres: la hija de esa privilegiada tribu, una mujer cándida pero compasiva, dispuesta a ausentarse de su propia boda para salvar a una antigua criada que está entre la vida y la muerte; y dos de sus trabajadores domésticos, indígenas que no apoyan el uso de la fuerza. Entre la violencia simbólica de los ricos y la violencia física de los pobres, Franco elige la equidistancia. “Salvo a los que tienen buenas intenciones, incluso si son ingenuos”, responde el director.
- Analogía con el Holocausto
La osadía de su parábola y el vigor narrativo de la película son innegables, aunque también transiten por un territorio problemático. A ratos, la película estremece por sus referencias implícitas al Holocausto: los presos son numerados, rociados con mangueras, ejecutados e incinerados de manera industrial. Los indígenas, convertidos en opresores en esta ficción, ocupan una posición un tanto embarazosa en esa incómoda analogía, que el director asegura que no fue voluntaria. “Soy judío, así que lo llevo en el subconsciente”, sostiene Franco, descendiente de sefardíes.
En Venecia, la película ha coincidido hoy con otros dos títulos marcados por una extrema violencia, que parecen adivinar el fin de ciclo que la pandemia pronunció: And Tomorrow the Entire World, sobre un grupo antifascista alemán que se dedica a combatir a militantes de ultraderecha, y Run Hide Fight, sobre un tiroteo en una escuela estadounidense. Igual que esos filmes, Nuevo orden describe un acontecimiento repentino que cambia a la sociedad para siempre. Una noción de plena actualidad, aunque fuera rodada hace un año y medio. “Son ideas que ya estaban en el aire antes de esta crisis, pero que la pandemia va a pronunciar. Los ricos tendrán una vacuna antes que los pobres. Se insta a lavarse las manos a gente sin agua corriente y a educarse por Internet a familias sin conexión, mientras los demás nos quejamos de lo molesto que resulta encerrarnos en casa o llevar la mascarilla. El rencor social no dejará de aumentar”.
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